En los tiempos que corren y agitando la bandera de la Paternidad y Maternidad, ¿Quién no habla de Límites, de “poner límites”, de que nuestros hijos se des-bordan, se extra-limitan? Abundan las charlas en colegios y diversas instituciones sobre el tema.
Por alguna cuestión, llama la atención la recurrencia en este tema. La última nota, un rato antes de escribir este artículo, fue este fin de semana en el diario Clarín, que titulaba en tapa “Aluvión de chicos al Psicólogo” (Domingo 11/10/09)
Quiero hacer una primera precisión sobre el concepto LÍMITE. Cito a la filósofa Alejandra Tortorelli en un artículo llamado “Entre”:
“Una línea nunca es una línea. Una línea se divide en el mismo trazado. Una línea es doble, doble borde. Nunca hay, no puede haberlo, una frontera. Una frontera siempre es, desde su trazado, dos en el origen”.
Quiero indicar aquí la idea de que límite no es sólo separación, corte, frontera, sino experiencia de a DOS. Padre-hijo siempre están implicados en ambos bordes de una experiencia, que los “limita”.
No es lo que “se impone”, sino esa zona “de juego” que se comparte y se construye de a DOS. La experiencia emocional que implica el “límite”, compromete a un intercambio y a una posición del adulto, que “presenta” (por más experiencia) los “bordes” de la realidad.
Ese “ENTRE” o la conjunción “Y” del padre-madre y el hijo constituyen una experiencia de aprendizaje mucho más rica que “bajar línea de preceptos morales”. No se discute “lo universal” de los comportamientos que se “ligan” al bien, sino que sólo fructifican en un intercambio de humus fértil, ético y estético en la relación paterno-filial.
Deleuze dice: “Las cosas empiezan por el medio”. No arriba-abajo.
Es esto y la dificultad del adulto de ser adulto, lo que hace “salir la cadena” de la experiencia de obediencia (recordemos que ob-audire es escuchar ¡!)
Hay dos formas centrales de abordar nuestro tema:
- Una, la más tradicional y quizás hoy ineficiente, es hacerlo “desde fuera”, querer imponerle un criterio “moral o estético” de comportamiento al otro, nuestro hijo, hija en cuestión. Derivada esta actitud de una sociedad “del control”, que es motivo de burla e inacción de parte de los adolescentes, porque leen que la cultura actual no se encarga de controlar realmente y menos “de bajar línea de comportamiento”. No encuentran “modelos adultos” que sostengan esta visión.
Quienes portan esta ilusión, se enojan y extrañan solemnemente los tiempos que pasaron, dónde según dicen, nadie “se pasaba de la raya”. El problema es que ninguna experiencia humana se vive en términos de pasado.
Lo que sí es cierto, es que puede haber quedado una impresión de ciertas vivencias de la infancia/adolescencia que respondían a un entorno cultural totalmente distinto.
Cuando queremos resolver el problema, mirando para atrás, se nos va de las manos la experiencia única y real que tenemos, que es el presente. Entonces nos invade el desamparo de la experiencia educativa con nuestros hijos. Los nervios se nos ponen de punta… Al decir del psicólogo Ricardo Rodulfo (“Paradojas de la Adolescencia” Revista La Nación), este intento no es nada más que una visión super-yoica light de la cuestión.
Hasta aquí un intento, desencajado de los tiempos, que responde a una visión educativo- moral, que es hacerse “responsable frente a la Ley”.
Para ahondar un poco más, responde este estilo, a una visión racionalista (emociones out), que tiñó nuestro modo de pensar desde el siglo XVII hasta comienzos del XIX, llevándose como un torrente toda la afectividad y todas las comprensiones del sujeto “in situ” (en el lugar y el momento).
Que quedó?: disciplinas y controles corporales radicalizados, voluntad a mil, que luego quebradas y hecha añicos por los tiempos, en los distintos sujetos, no hicieron más que darle trabajo a los psicólogos , psiquiatras y psicoanalistas. Perdió la integración de la persona y su salud. Casi de eso vivimos…
“Hecha la Ley, hecha la trampa”. “Premios y castigos”. “Toma y daca”. “A Dios rogando y con el mazo dando”….
Y es en ese presente, dónde tenemos que indagar y preguntarnos por cómo resolver de nuevo y creativamente los conflictos, que se nos presentan “Hoy”.
Por supuesto que estamos hablando de una tensión entre Ley y Espíritu, la ancestral tensión de la experiencia humana, ambas necesarias para la existencia humana.
- La segunda forma nos permite plantear las cosas desde otro lado. Si la razón educativa fracasó, es porque se enemistó con el área cardíaca, cardial, cordial de la vida humana. Claro, esto era (lo decían en tono peyorativo) “blando, femenino, flojo”, algo así como la novela de la tarde, llorón (“los hombres no lloran”) debilidad moral y de las costumbres…” Sí, la centralización de intelecto (leer dentro) y de la afectividad en ese ámbito simbólico, que es el corazón, cambia notablemente el entendimiento del problema.
Planteada la educación de los hijos por parte de los padres desde ese lugar afectivo, “Poner límites” implicaría: acompañar (no bajar línea) en asimetría y distancia óptimas, firmeza y ternura, disposición, diálogo creativo y respetuoso, propuesta personal. Implica generar pactos de convivencia, comunicación, presencia, tolerancia a la frustración y el dolor, ambigüedad en lo que no se puede precisar…Exige no abonar más en el terreno de “la moral racionalista” propulsora de certezas impersonales, sino una Etica, que implica la “responsabilidad frente al deseo y el otro” que es lo que realmente “mueve” la vida humana y los comportamientos cotidianos. Nos remite a la autoridad vista en su inicial sentido etimológico: auctoritas: “aquel que hace crecer”. Ley y deseo, siempre juntos, para decirlo más simple.
Cuando antes expresé la postura de la visión super-yoica (lugar de la Ley en la estructuración del psiquismo humano) y light, intenté mostrar que es apenas una repetitiva e ingenua declamación que los adolescentes no escuchan. Creemos que una nueva “imposición” cambiará el rumbo de las cosas y de la cultura. Una verdadera ilusión de parte de los adultos.
Las “patologías del des-valimiento” (remiten entre tantas cosas, a la adultez que no valida el desarrollo y la madurez personal) que solemos observar impávidos en niños y adolescentes, son demostraciones sintomáticas de que algo, en la experiencia de la paternidad/maternidad se ha “desbordado”.
Hay cada vez más ejemplos: trastornos de atención (ADD), violencia escolar y bullying, enuresis, accidentes relacionados con el alcohol, adicciones, trastornos de adaptación, ansiedad y del control de los impulsos, diversos acting- outs etc… Sostengo que es la experiencia de estos roles: Maternidad como “canal nutricio”, no invasivo, y la experiencia presencial de lo Paterno (ley y espíritu, no borrado o alejado, firmeza y ternura) lo que genera mucha salud y gran crecimiento emocional, afectivo y comportamental. No hay declamación valorativa, sino un testimonio, aún a veces vulnerable pero rico, de integración y presencia nutricia central. No hace falta el control ni la sospecha, y menos aún, una patológica temerosidad del cuidado, fruto de la “cultura de la seguridad, sobreprotección y el control”.
Por último una imagen para pensar: si tengo un campo y el “hogar de leños está prendido en el casco” (conteniéndonos en una experiencia de presencia cordial y donde circula la palabra) y ahí nos nutrimos, damos y recibimos afecto (seas ingenuo o crítico o mediado por discusiones apasionadas), es improbable que a alguien le de por ir a “cortar alambres” o “saltar la tranquera”. Los “bordes” son comunes a todos, pueden abrirse o cerrarse con responsabilidad.
El clima emocional genera comportamientos y actitudes, y cada padre y madre o los respectivos roles, mantienen ese circuito desde la adultez.
El adolescente, (también el niño y niña) observa, vivencia, interioriza, hace cuerpo (incorpora) y de ahí se larga responsable al aprendizaje de vivir.
Lic. Pablo E. Cicciaro